Llegar a la casa y sentarse a escribir
1¿Cómo te encaminaste a la narrativa? -Siempre dibujaba, escribía y hacía cómics en hojas de cuaderno que mis amigos leían cuando estaban aburridos en clases. La carrera de Letras no fue mi primera opción, de hecho postulé primero a Psicología, pero no quedé. Estudiar Literatura y Lingüística me abrió bastante la cabeza y me terminó encantando, aunque al principio no entendía nada. En primero me fue pésimo, después repunté, me hablaban de formalismo ruso y de teorías. Mis compañeros mencionaban filósofos y mil personas de la que no había escuchado ni en pelea de perros antes de llegar a Santiago.
2-¿Cuáles son tus referentes literarios? -Samantha Schweblin, Roque Larraquy, Felisberto Hernández, Federico Falco, Mariana Enríquez. Desde distintas veredas y tonos logran dar con lo extraño, con ese punto en que se tuerce la realidad y aparece como algo ajeno, inquietante o incluso siniestro. Me interesa el tema de cómo lo infantil invade como un fantasma a los adultos. Creo que quizás solo se puede aspirar a ser, en lo profundo, una guagua grandota que hace lo mejor que puede y que transforma sus llantos en odio contra el mundo o en literatura. A veces en la calle te cuentan algo y tienes que llegar a la casa y sentarte a escribir.
3-¿Cómo escribiste estos cuentos? -Algunos son de hace tiempo, otros nuevos. Me gusta mucho socializar la escritura en el proceso, en talleres o instancias de ese tipo: grupales. Me ayudan mucho, hacen que el oficio no sea tan solitario y uno no se atrape en su propio monólogo. Esa idea del escritor encerrado en su torre no me toma mucho. Siempre es estimulante ver lo que escriben los demás, compartir ideas, discutir, ir creando en conjunto. A veces escribo de un tirón, en otros me puedo demorar meses, años, los finales me complican pero tiendo a preferir finales que son como caerse de punta en la vereda.