Libros para escapar del calor hacia el bosque
Dickinson, Thoreau, Tesson, Carbone y Claro son algunos de los escritores que se han refugiado del desastre ambiental y emocional entre hojas de árboles y de papel.
Por Valeria Barahona
Huir siempre es una opción para quien cuenta con algún grado de libertad, económica o espiritual, más cuando el país acaba de ser abrazado por su tercera ola de calor en plena primavera. Se entiende que los meteorólogos no hablen de los próximos meses, para qué atemorizar. Este año los diarios europeos inauguraron un cliché: "Este verano será el más fresco del resto de nuestras vidas". Frente a esto los libros -en papel o, más sustentables, electrónicos- son un buen búnker, como el que construyó la estadounidense Emily Dickinson en el siglo XIX, con sus poemas inéditos durante su vida que llegaron a refrescar a la humanidad futura.
"Los arroyos se ríen más fuerte cuando vengo. /Las brisas circulan más enloquecidas;/ ¿por qué mi ojo nubla tu plata /por qué, oh día de verano?", pregunta la autora que publicó entre cinco y ocho poemas en vida -hay dudas, porque algunos no los firmó, pero le han sido atribuidos-, ya que era una insolencia para su época que una mujer escribiera, más al ser hija de un político. Sin embargo, Dickinson abrazó su vocación con la misma fortaleza que el roble que aún permanece a la entrada de la casa de su familia -hoy museo- en el poblado de Amherst, Massachussets, y combatió todas las modificaciones a su entorno, como la llegada del ferrocarril, vaciando su corazón en pequeños papeles.
"Florecer es un logro", afirma la poeta en el manuscrito 1.058, ya que "apenas sospechamos/ las circunstancias mínimas /que colaboran al radiante asunto", dice la traducción publicada en la antología "Zumbido", de la Editorial Universidad de Valparaíso (UV). Sin embargo, en Internet abundan las versiones gratuitas, ya que los miles de papelitos en que escribió Dickinson -como sobres de cartas desarmados o etiquetas de productos de su época- fueron digitalizados y entregados al mundo en edickinson.org, para "ajustarse al calor, burlar el viento /escapar a la abeja rondadora", porque "ser una flor es una honda responsabilidad".
Emily fuera de serie
El pueblo Amherst (Massachusetts) en el año 2010 contaba con casi 40 mil habitantes, lo que da cuenta del limitado ambiente que debió enfrentar la poeta a mediados del siglo XIX como para encerrarse en la casa de su familia (ubicada en ese pueblo) toda su vida, sin hijos ni marido.Construyó un invernadero que la llevó a escribir sobre especies delicadas y amenazadas, como las abejas y los zorzales, junto con dejar un herbario de casi 70 páginas que la U. de Harvard mantiene en su página web. Las plantas que recogió Dickinson en sus caminatas por el bosque aparecen bajo su nombre científico, escrito en prolija caligrafía, quizás con lápices grafitos de John Thoreau and Co., fábrica también ubicada en Massachussets, pero en el poblado de Concord, perteneciente a la familia del naturalista y autor de "Walden", Henry David Thoreau, quien escribió su clásico manifiesto ambiental y social en una cabaña en medio del bosque, en soledad, afirma él, pero es conocido el mito de que su familia le enviaba comida y ropa limpia, situación de la que también se ríen en la serie "Dickinson", de Apple TV, producción que significó un revival para ambos autores en clave comedia, con música pop y actores de moda, orientado a un público menor de 30 años.
THOREAU y TESSON
Como haya sido, Thoreau vive hasta hoy a través de párrafos como "fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si no podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido", porque para zambullirse en la frescura de las hojas se necesita "tiempo para los lenguajes no escritos (los ruidos del campo y del bosque), tiempo para caminar solo", ya que "como el gorrión tiene su gorjeo, asentado el nogal sobre mi puerta, así yo tenía mi risa o trino sofocado que podía aquel oír y que procedía de mi nido".
En la misma línea se inscribe en este siglo el francés Sylvain Tesson (1972), geógrafo aficionado a las expediciones de alto riesgo que, tras escalar el techo de una iglesia en París, cayó y quedó tres meses en coma y con una parálisis facial que, sin embargo, no afectó su pluma al publicar "La vida simple", un diario sobre un hombre solo entre los hielos de Siberia, muy lejos de todo calor.
"Quince clases de kétchup. Es por cosas así que tengo ganas de apartarme de este mundo", afirma Tesson en las primeras páginas del libro que recibió el Premio Médicis de Ensayo, quien en la estepa rusa anotó que el hombre "privado de su maquinaria, mantiene su cuerpo. Sin comunicación alguna, descifra la lengua de los árboles. Liberado de la televisión, descubre que una ventana es más transparente que una pantalla", aunque intentó prevenir el "riesgo de contraer el síndrome de la torre de marfil, cuya forma grave consiste en considerarse a la vez como el depositario de la sabiduría universal y el redentor de los pecados".
El autor, cuya campaña de marketing lo posicionó hace unos años como "el nuevo Thoreau", intentó permanecer pequeño llevando a su destierro libros de filosofía, algunas novelas y tratados de ornitología, porque "lo menos que se puede hacer cuando invita el bosque es saber el nombre de los dueños de casa".
De aves, patos y perros
En este último punto, en el de saber el nombre de los pájaros, insisten los chilenos Fernando Claro y Juan José Donoso en "Geografía de pájaros", un recorrido por el valle central junto a las ilustraciones de Pilar Mackenna.
Son delicadas acuarelas que otorgaron al volumen el premio IBBY, de la Organización Internacional para el Libro Juvenil. Avanzando por las páginas, se avistan residentes de plazas, jardines y sectores precordilleranos, entre ellos el chercán, que "le gusta hacer sus nidos en pequeños escondites, tales como el hueco de un árbol, un hoyo en una muralla o el techo de tu casa. Incluso una vez se encontró un nido en la manga de una chaqueta vieja que era usada de espantapájaros".
También hay consejos: al picaflor se le recibe con flores "como las fucsias o abutilones, y así se acostumbrará a visitar (el lugar) y quizás hasta haga su nido ahí".
Otro autor chileno, al igual que Claro, nacido a comienzos de los 80, es Tomás Carbone, quien publicó el libro objeto "Fabulario", compuesto por coloridos fascículos con ilustraciones de Paz Román, donde en el texto "Dos patos y dos perros" los canes Benito y Patín cuestionan que "para qué vienen a cazar si tienen todo en el supermercado. Hasta a nosotros nos compran la comida. No me dan un pedazo de carne hace rato, todo para que la caca me salga redondita". Sus amos los llaman y uno pregunta "¿por qué no buscamos un huaso que nos venda unos conejos por el camino?", a lo que el otro responde "pasemos a comprar sushi mejor".