2 de abril de 2018
1. Mi desesperación por ver a J sufrir mientras le instalaban todos los tubos y cables. Su llanto me hacía tiritar las rodillas.
2. Mi propio llanto en el ascensor llamando a mi padre para decirle lo que estaba pasando.
3. La pequeña esperanza -mula, grupienta, pero necesaria- de que el diagnóstico estuviese equivocado y nuevas pruebas eliminaran la palabra cáncer de la narrativa.
Mientras puteaba a una cajera por su total indolencia ante mi situación -tres mamás hueviaban por los esguinces y los dolores de guatita de sus cabros chicos-, vi entrar a mi hermano, con dos cafés en las manos, con esa cara que tanto le he envidiado siempre. Nos abrazamos como si nos estuviéramos despidiendo en la frontera de Afganistán, tomé el café y volví a meterme en la cueva de urgencias.
Horas después nos instalamos en la UCI. Para entonces, toda la familia estaba presente en la clínica con una mueca de horror en sus caras.
Cerca de la medianoche llegó una de las oncólogas con el examen que podría confirmar o eliminar el cáncer de nuestras vidas.
-Andrés, esto es una leucemia clara, de tomo y lomo.
Mi mujer se desmayó. Se la llevaron a la sala de espera donde estaban sus padres y allí ocurrió otro episodio que, hasta ahora, nadie me ha contado y del que nunca he querido saber.
-Doctora, ¿qué significa eso?
-Vamos a hacer más exámenes para entender qué tipo de leucemia es. Comenzaremos el tratamiento mañana mismo. Hay mucho por hacer. Nos preocupa la masa mediastínica en sus pulmones porque, eventualmente, en caso de lograr destruirla, es posible que las esquirlas se vayan por el torrente sanguíneo y le hagan pedazos los riñones.
-Entiendo, ¿pero de qué estamos hablando en términos de vida? ¿Chances, posibilidades, duración del tratamiento, etc.?
-Andrés, primero debemos saber qué tipo de leucemia es, pero esas posibilidades oscilarán entre un ochenta y setenta por ciento dependiendo del tipo. Luego, hay que ver cómo reacciona al tratamiento y si logramos controlar la situación actual. El procedimiento es largo. Hazte la idea de que no volverán a estar tranquilos ni a vivir normalmente hasta enero del próximo año.
Fuck, fuck, fuck, fuck, fuck, fuck, fuck.
Era la noche del 2 de abril de 2018. Volví a la sala de espera y les reconfirmé a todos lo que mi mujer ya les había dicho.
Corrí a la casa a buscar ropa y huevadas para J. Al llegar al departamento lo encontré exactamente igual a como lo habíamos dejado en la mañana: un plato de huevos revueltos de J a medio comer en el sillón, los juguetes semiesparcidos, y el desorden doméstico natural de una familia en acción, en movimiento.