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"Debajo de la máscara están las contradicciones, las torceduras, el cabe pelado. Los personajes, a la larga, son pedacitos de personas a las que estrujas la pulpa".
integrantes de una misma familia descuajeringada, patas para arriba. O personajes secundarios de una película a la que llegaron de chiripa. Y aparecen como notas disonantes o erratas en las páginas de los horizontes normativos.
-Todo esto me hace pensar en cómo observas a las personas. ¿Cómo te las arreglas para "sacarle la película" a las personas con mascarilla?
-Ah, la mascarilla me parece fantástica para mirar a las personas. Porque puedes observar otras cosas: la sonrisa o la molestia que transmite una mirada, los gestos corporales, el tono de la voz, la manera de coordinar el habla con el movimiento de manos, la infinita riqueza de la oralidad, en fin. Los detalles se vuelven extremadamente relevantes ahí. Debajo de la máscara están las contradicciones, las torceduras, el cabe pelado. Los personajes, a la larga, son pedacitos de personas a las que estrujas la pulpa y luego esculpes y amasas como si fueran arcilla. Los personajes son personas acrisoladas en la letra.
-También la familia es un tema. ¿Qué opinas de esa institución? ¿Cómo la vives?
-La vivo con sospecha. Porque la familia y la felicidad asociada a un molde específico de ella se vincula con esos horizontes normativos que mencionaba antes. Hay un camino señalizado por el que deberíamos andar, que excluye los desvíos fuera del núcleo tradicional. Hay otra ruta, por ejemplo, de quienes eligen la soledad o la convivencia homoparental. O la inclusión de otros animales no humanos en la misma escala de afectos: esas "especies compañeras" de las que habla Donna Haraway. Esos imperativos, así como los de la maternidad, son manifestaciones de poder. Por eso me interesa la familia como micro-espacio: por su carácter político. Hay que hacer de la intimidad un arma.
-Cuando te iniciaste, ¿pensabas que el cuento estaría en un lugar tan importante de tu trayectoria?
-Creo que no lo pensaba mucho. Porque no veía mis cuentos tan separados de las novelas. Había un mundo en vínculo permanente ahí. Mi primera publicación fue una novela ("En voz baja", 1996), que después reelaboré como cuento largo ("Había una vez un pájaro", 2013). Y mi novela más reciente ("El sistema del tacto") tiene como embrión un cuento ("Are you ready?", incluido en esta antología). Entonces los veía y los veo bastante avenidos. Son parte de una misma familia, ya que hablábamos de familias atípicas.
-Hay algunos cuentos breves. ¿En cuánto tiempo los haces? ¿Son un fogonazo o hay harto trabajo?
-Parten de un fogonazo, pero luego viene el trabajo de artesanía con las palabras. Cortar un párrafo, irse por las ramas, ampliar el material, rumiarlo, cambiar el tiempo, alterar el énfasis, silenciar, volver de las ramas, leer en voz alta, irse por las ramas otra vez, poner ojo a los residuos, reacomodar el material, sacudir, reescribir, estrujar, pulir, pulir, pulir.
-¿Cuál es tu cuento chileno favorito? ¿Por qué?
-No sé si "el" favorito, pero uno de los que más admiro es "Soledad de la sangre", de Marta Brunet. Porque, ya en esos tempranos años 40, Brunet sacudía las cosas desde el ángulo en que solían ser vistas. La protagonista comete un acto violento que desacata el "deber ser" asignado por la sociedad a las mujeres. Hay un territorio doméstico desbordado y un desacato producido por el ultraje a lo único que representa un ámbito propio, un lugar de identidad para la protagonista: el fonógrafo. Y eso desencadena su ira. El cuento pasa de una melodía armoniosa al "hardcore"; del cuadro realista al devaneo alucinado. Lo más interesante es que Brunet está consciente todo el tiempo del peso del lenguaje. Ella sabe que el discurso transgresor no sólo pasa por las tramas, sino también por la gramática, por los códigos lingüísticos, por el singular uso de la lengua. Y ahí juega todas sus fichas.
-En el último cuento de tu libro un hombre encuentra el amor en la boletería del cine. ¿En qué lugares has encontrado tú el amor?
-La última vez lo encontré en un discurso de Elisa Loncon, cuando habló del "poyewn" en la Convención Constitucional. Esa palabra en mapudungún que usó para pensar el entendimiento en la diferencia. No se me va esa escena de la cabeza: "Mientras nosotros hemos sido agredidos, siempre me dijeron 'el poyewn, hija, el poyewn'". Le veo ahí, en esa forma del amor que es también resistencia.
"La normalidad tiende a ser un patrón cultural, un mandato que ordena nuestras conductas. Y escribir es desordenar".