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que la Stella come chunchules, queso de cabeza, perniles, toma trago hasta que le da puntada, entonces ella es como el dispendio, el lujo de no ahorrar.
-De no ahorrarse a ella misma.
-Claro, no calculaba. (…) Creo que ella resistió las consecuencias. Parecía un ser muy fuerte, pero en el fondo era como cualquiera, que se vio muy afectada por un entorno donde también predominaba lo masculino. Ella peleó contra eso y ella dice en el libro que nunca ahorró, porque 'si uno compra una falda y la guarda, se la comen las polillas'. Ella creía mucho en estar viva y el ahorro con su vida, con su palabra, con su cuerpo, con todo, no formaba parte de su integridad, su temperamento ni con la persona que ella era. Por eso era desmedida también, no calculaba lo que decía ni lo que hacía.
Siete años
-Esa intensidad es lo que hace grande a Stella, al final.
-Es la particularidad de una persona extraordinaria, fuera de lo común, que nace y despliega su ser, su individualidad, con mucha libertad. Hay personas que se autocensuran, se atienen a la norma social, en cambio, la Stella era todo lo contrario. Le gustaba eso. Si podía intervenir en la realidad y cambiar el orden, lo hacía, era parte de su manera de ser, ya fuera en una conversación de a dos o en un grupo de diez personas, o de 100. Era muy teatral, también, performática. En lugar de desplegarse en un escenario se desplegaba en el escenario de la ciudad.
-Ustedes pasaron siete años conversando.
-Sí, aunque no pasamos ese tiempo encerradas conversando (ríe), sino que la amistad entre nosotras se fue haciendo cada vez más real, más metida con la vida, con sus últimos siete años. Era una Stella vieja, más frágil. Logramos una cercanía, una intimidad, porque nos aveníamos simplemente. Si ella hubiese tenido que hacer un esfuerzo por venir a mi casa… no habría venido. No nos juntábamos para hacer entrevistas, nos juntábamos para estar juntas, sin programa ni pauta porque con ella era imposible. Conversamos como conversan las amigas, y en todo ese desorden que iba saliendo estaba su vida entera.
-Estos saltos y mezclas que tiene la poeta en los recuerdos sobre el Norte Chico de su infancia, sus antepasadas monjas, la llegada a Santiago, la bohemia y las caminatas junto a otros notables como Teófilo Cid… Díaz Varín a ratos es muy filosófica, en otros muy poeta e incluso en algunos pasajes muy dueña de casa. Tu libro es como tu obra plástica, tus collages.
-Es una sutil asociación la que haces, porque para mí casi todo es collage. Soy muy collage para las cosas, muy de trabajar con fragmentos. En este caso me encontré con una transcripción de 500 páginas. La construcción del libro es literaria, desde el punto de vista estético, pero esas entrevistas no fueron como salen en 'La palabra escondida…', sino que se armaron desde el punto de vista del lenguaje. No cambié ninguna de las palabras que dijo, pero escogí las partes, como se hace en el collage, para pegar, pegar, pegar hasta llegar a una forma que nace del mismo material que tienes, por lo cual fue un trabajo muy intenso, muy exigido para llegar a lo que quería llegar.
Donoso ahora trabaja en un libro sobre el pintor y escritor Adolfo Couve ("Cuando pienso en mi falta de cabeza"). Son también varios años de conversaciones juntos.
"Entre el balneario (de Cartagena, en la Región de Valparaíso, donde pasó los últimos años) hasta 1998, cuando se suicidó, no había otro que él. Una vez que murió, entró la Stella", cuenta Claudia Donoso.
"Ahora no sé quién irá a entrar, parece que se agotó el cupo", concluye la autora mientras ordena cajones con cientos de hojas transcritas. Donoso tiene oficio: ejerció durante 30 años como periodista. Además suyo es el libro "Insectario amoroso" y "Enrique Lihn en la cornisa" que reúne "una entrevista pendiente, un poema intempestivo y una secuencia fotográfica" junto al poeta que también fue su amor.
"Es la particularidad de una persona extraordinaria, fuera de lo común, que nace y despliega su ser, su individualidad, con mucha libertad".