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bre nuestra infancia, sobre la Cali de esa época, los lugares físicos donde vivimos y algunos de los lugares emocionales que tuvimos que transitar.
-¿De qué manera la figura del abismo, del precipicio, se aparece en tu imaginación?
-Cuando era pequeña, vivía con mi familia en las montañas de Cali. Estaba el abismo de la carretera que teníamos que recorrer todos los días de la semana, de la casa al colegio y del colegio a la casa. Me impresionaba porque era hondo y oscuro, una cosa terrible, en donde había desaparecido una señora y muerto mucha gente. Cada tantos metros había cruces que señalaban esas muertes.
-¿Cuál es tu experiencia con el vértigo, con el vacío?
-En la adolescencia tuve una amiga que vivía en un piso 18. Me gustaba asomarme al abismo, sentir la atracción y el miedo. Entonces vivíamos en un apartamento con una escalera de peldaños de tablas y tubos de acero negro, que parecía un despeñadero hacia la selva de plantas que mi mamá cultivaba en el piso de abajo. Luego, cuando estaba en la universidad, una señora cayó de su balcón de un piso alto. Las malas lenguas decían en voz baja que se había suicidado.
-¿Y cómo surgió la idea de que también los abismos son una métafora del alma humana?
-Todos estos abismos de la realidad aparecen de una u otra forma en la novela pero un amigo, que se leyó una de las versiones tempranas, me dijo que los abismos que más le habían impresionado no eran esos, sino los abismos de la familia. Entonces empecé a trabajar con mayor conciencia en esos abismos: el del silencio, de las cosas que no se dicen, el dolor profundo de la niña, las grietas inmensas entre los padres y entre la niña y los padres.
-También está en tu libro esta sensación del abismo y la fascinación que nos causa, que puede ser algo repugnante, inmersivo incluso, ¿qué te parece ese vaivén?
-Terrible y fascinante. Asomarse a un abismo es siempre una experiencia tremenda, que te sacude, que te recuerda que estás viva porque la muerte está ahí nomás y te la podés causar vos misma.
-Cuéntame de esta fascinación de la madre por las revistas femeninas y las heroínas empujadas al abismo.
-En los años ochenta, cuando transcurre la novela, no había redes sociales, pero teníamos las revistas, que cumplían la misma función: eran ventanas a los mundos de los otros, de los ricos y famosos. En la portada veíamos a Lady Di hermosa y radiante, con un vestido de gala y las joyas de la corona. Adentro, en el artículo, aprendíamos que era bulímica, que el marido la despreciaba, que era infiel con el entrenador de equitación, que era una mujer infeliz... La distancia entre la fachada y la realidad, entre lo que se muestra hacia afuera y lo que sentimos por dentro, a veces es inmensa. Y eso era lo mismo que estaba viviendo la familia de Claudia en la novela: hacia afuera todo parece perfecto, adentro se están destruyendo. Claudia, la madre, se ve en esas mujeres glamorosas de las revistas que, en realidad, pese a la elegancia, las joyas, los amores, no son felices.
Belleza y zoológico
-Me gustó mucho el episodio del paseo de padre e hija al zoológico, ¿qué pudiste explorar sobre esa relación?
-Ese es uno de mis episodios favoritos. Mi padrastro era un hombre muy cariñoso, pero de pocas palabras y solíamos salir a caminar e íbamos con frecuencia al zoológico. Murió hace algunos años y, mientras escribía esa parte, fue como estar otra vez con él, agarrados de la mano. En la novela padre e hija van caminando y, en apariencia, no están pasando cosas. Pero lo que está pasando es escalofriante, una hija está midiendo a su padre y descubriendo lo que hay detrás de la fachada de calma.
-También das una mirada al mito de la belleza femenina y cómo la niña no siente que sus padres la encuentren bonita. Creo que al final del libro das una vuelta de tuerca muy luminosa y ponderas qué es la belleza y cómo se salvan esos abismos
-En mi país la belleza física es un valor muy importante. Y uno siente que a las mujeres las miden según qué tan bonitas son. Tenemos incontables reinados de belleza. En los años ochenta había más y el Reinado Nacional de la Belleza era un acontecimiento que reunía a las familias y movía al país. Y qué duro es para una niña crecer en una sociedad así, sentir que no se ajusta a los formatos de lo que se considera bello.
-¿En qué estás?, ¿escribes en estos días?
-La verdad, ahora escribo respuestas de entrevistas. Lo digo en broma, pero es cierto. Con la promoción de la novela y del premio, no me queda tiempo para mucho más. Sin embargo, tengo algunos proyectos: una obra de teatro ya terminada que escribí con Antonio García Ángel y que esperamos estrenar este año; una película, con Antonio y otro amigo, Nicolás Buenaventura, que está en una etapa muy inicial del argumento y unos cuentos que vengo trabajando hace años y que espero seguir trabajando apenas me de el tiempo.
"En los años ochenta, cuando transcurre la novela, no había redes sociales, pero teníamos las revistas, que cumplían la misma función: eran ventanas a los mundos de los otros, de los ricos y famosos".