Isabelle Huppert se despide de los suyos en un pueblito
Se estrena "Frankie", película del estadounidense Ira Sachs (quien trabajó con Paulina García en "Por siempre amigos"). Huppert se enfrenta a la muerte en un lugar paradisíaco.
Isabelle Huppert es la reina de la contención. Ya sea a merced de las intrigas de Claude Chabrol ("Violette Nozière", 1978), los juegos de Jean-Luc Godard ("Pasión", 1982) o las perversiones de Paul Verhoeven ("Elle", 2016), su gran herramienta es la parsimonia desde la que enfrenta cada desafío. En la recientemente estrenada "Frankie", película del cineasta estadounidense Ira Sachs, quien trabajó con Paulina García en "Por siempre amigos", interpreta a una mujer enferma que sabe que le queda poco tiempo. Huppert nunca exagera esa angustia. Simplemente la habita en medio de los días paradójicamente felices que pasa en un encantador pueblo de Portugal junto a su abnegado marido (un siempre noble Brendan Gleeson) y familiares que van apareciendo progresivamente: un hijo existencialista, una hijastra que atraviesa una crisis matrimonial y su marido de juventud, entre otros personajes. Al paradisíaco lugar también llega una amiga de confianza que Frankie conoció en uno de los tantos rodajes que ha realizado y que actualmente trabaja en la filmación de la última "Star Wars" en algún lugar cercano.
Sachs, un cineasta reconocido por la bondad con que mira a sus personajes, juega a decirlo todo sin explicitar nada. En forma de drama coral, se concentra en las pequeñas acciones de su elenco, en los paseos, las conversaciones que vislumbran asuntos como las relaciones sentimentales o la muerte, los pequeños conflictos entre cuatro paredes, la digresiones cotidianas. Pronto entenderemos que todos están ahí para despedir a una mujer moribunda y que cada uno enfrentará la pérdida a su manera. Ella, tan frágil como reflexiva, no dejará de ser una diva elegante y caprichosa. La Huppert sabe cómo combinar esas paradojas a la perfección.
Se ha acusado a "Frankie" de ser un melodrama demasiado convencional que no está a la altura del Festival de Cannes, donde formó parte de la competencia oficial, pero eso no es del todo cierto. Sachs no manipula emocionalmente. Toma, de hecho, distancia emocional con menos ánimo de conmover a la tribuna que observar el tránsito de sus personajes en un contexto veladamente dramático. Todos aman a Frankie y ella morirá, lo sabemos, pero esto nunca deviene en catarsis. Sachs se atreve a combinar las postales íntimas del dolor con situaciones cotidianas que desdramatizan el relato. Y a través de esos contrapuntos avanza hacia un final simple y luminoso.
La vocación contemplativa tiene, eso sí, sus costos. Las historias entrecruzadas de la narración coral no están equitativamente desarrolladas y, en algunos casos, se requiere de algún pie forzado para encausar las dinámicas relacionales entre los personajes. Esto, afortunadamente, no logra opacar los logros de una película pequeña, amable y contenida.