Carta al Padre Pepe
Respetado y admirado Padre José Aldunate Lyon: aunque usted nunca me conoció, yo sí le conocí a usted, en aquellos tiempos turbulentos de tantos perseguidos, detenidos, torturados y desaparecidos; las épocas del reinante miedo desperdigado por las calles, especialmente en las noches sombrías que protegían a los sombríos cancerberos de la muerte acechante.
Yo vi tantas veces, por la televisión, por periódicos, su rostro indignado frente al flagrante atropello a la dignidad humana, y también admiré su faz de hombre bondadoso, condoliéndose ante la gente humilde, aquella más atropellada. Yo lo vi también, Padre Pepe, en aquellas jornadas trabajando como cura obrero en las construcciones, humilde como un albañil más, enseñando a los curtidos obreros a defender sus derechos laborales.
Yo sentí también, Padre Pepe, ese remezón que significó la noticia de aquel padre desesperado, que pedía inútilmente la libertad de su hijo, cuyo único delito era pensar diferente; ese padre, Sebastián Acevedo, que se quemó vivo en la vía pública, para protestar contra la brutalidad dictatorial. Desde lejos, desde el norte, seguí todo ese camino de peregrinación que usted inició y encabezó durante tantas jornadas, junto a tantos que le siguieron, valientemente, impregnados de esa fe y esa mística que en usted trascendía, para sentarse en las calles, para protestar con carteles, con cantos de amor, de paz, de llamados a la libertad, en nombre de ese padre inmolado, y recibiendo golpes y más y más violencia.
Es que usted, padre José Aldunate fue, y siempre será, uno de los selectos elegidos para portar eternamente el calor, la llama de la libertad, esa llama que insufla el valor de luchar y defender siempre los derechos humanos y la libertad y de conciencia y ciudadana.
Su cuerpo ha caído abatido, don José Aldunate Lyon, sacerdote jesuita, cura obrero, líder del movimiento "Sebastián Acevedo", pero su espíritu de luz y de bondad se ha elevado por el firmamento, para esparcirse por todos los rincones de esta, nuestra patria, para que, ojalá, ilumine a todos los hombres de buena voluntad que buscan construir un Chile más justo.