El pasado fin de semana estuve en una reunión gremial en Arica. No la visitaba hace 20 años y tuve la impresión que la ciudad de la eterna primavera ha mantenido su identidad y la calidad de vida de antaño.
Veo menos segregación social que en Santiago, veo gente contenta y segura pero esa percepción podría estar sesgada por el grato ambiente que rodeó mi visita gracias al cariño, al vino, la gastronomía y los paseos arquitectónicos prodigados por mis colegas locales.
Entonces busco información objetiva y me entero, para mi sorpresa, que Arica está bajo el promedio del Índice de Calidad de Vida Urbana (ICVU), elaborado por el Instituto de Estudios Urbanos de la U.C. y la Cámara de la Construcción.
Este año, de las 99 comunas estudiadas, Arica está en el lugar 58 lejos de las top ten Vitacura, Las Condes, Providencia, Concón, Punta Arenas y Machalí.
Pero me informo que otro indicador (IBT, Indicador de Bienestar Territorial) elaborado este año por la Corporación Ciudades mejora la posición de Arica ubicándola entre las 7 mejores ciudades de 22 junto a Iquique, Valparaíso, Rancagua, Talca, Chillán y Concepción.
Esta posición se acerca más a mi percepción. Arica tiene una gran calidad de vida y un potencial aún mayor de desarrollo.
Es una comunidad organizada que está actualmente trabajando - con el apoyo del Colegio de arquitectos- para tener un desarrollo social y urbanístico que sea sostenible y equilibrado a través del nuevo Plan Regulador: espero que sea capaz de proteger el Humedal de Lluta con sus dunas, sus plantas y aves migratorias; de conservar su borde costero de las tentaciones inmobiliarias. Y deseo que sea capaz de crecer protegiendo su rico patrimonio arqueológico, geográfico y arquitectónico.
Aquí empieza Chile por el norte y empezó la vida en este lugar del mundo. Hay evidencias que aquí se instaló el hombre hace 8 mil años. Y siguieron los aimaras de ayer, los ariqueños de hoy.
Por algo será que eligieron este lugar…