Si no tenemos ánimo o voluntad para corregir en casa los errores que cometemos en nuestro hablar cotidiano, mal podríamos intentar siquiera corregir al vecino, quien así como es propenso a deformarlo inventando "con chispeza" vocablos propios, suele contagiarse con algunos dichos o modismos en lengua extranjera provenientes de otras latitudes, sin preocuparse del cómo se escriben y se pronuncian correctamente, de su significado y uso circunstancial, es decir, del cuándo emplearlos.
Como ejemplos "caseros", que he destacado con iteración ya, infructuosamente y por esto insisto: "otrora" en lugar de "ex"; "periplo" en lugar de "viaje"; "obertura" en lugar de "apertura", referido al número artístico con que se da inicio a un Festival de la Canción y/o a la benéfica "Teletón". De "extranja", se ha dado por copiar el vocablo "Felicidades" en lugar de "Felicitaciones" sin discernir en la diferencia, y frecuente se está haciendo el uso del modismo galo "Déjà vu" -adverbio y forma verbal-, bien escrito, pero mal pronunciado: "deyá 'vu'", en lugar de "deyá 'vi'", porque este "vu", pronunciado "vi", es ni más ni menos que el participio pasado del verbo francés "voir" -"ver", en español- y su traducción es "visto", pero si se pronuncia "vu", tal como se escribe, suena como referido al pronombre personal "vous" -"vosotros", usted o ustedes, en español-, y no guarda ninguna relación con el real significado de "Déjà vu", para referirse a algo "ya visto", dado o vivido. Si hablamos mal, escribimos peor. Así, ¿Ánimo o voluntad para corregirse? ¡Cero! No en vano tenemos una muy mala calidad en nuestra educación, pública y privada, obligatoria -básica- u opcional -media, técnica y universitaria, no siendo esta última para todos, todas y "todes". Los resultados están a la vista: no sólo pérdida de tiempo, sino también de recursos económicos -familiares o estatales-, y aumento de la mediocridad educacional y cultural, que urge revertir, si realmente queremos progresar y ser mejores.
Jorge Saavedra Moena