A 75 años de su "nacimiento": un Principito que no envejece
La breve novela de Antoine de Saint-Exupéry ha pasado a la historia como uno de aquellos libros necesarios, que dejan enseñanzas imborrables en sus lectores.
Son pocos los libros no religiosos que pasan a la inmortalidad por su capacidad de permanecer para siempre en el recuerdo de sus lectores. Y más escasos son aquellos que se perpetúan con la fama de dejar enseñanzas imborrables en los corazones.
Son libros especiales, con magia y eternidad; historias que -dicen sus fans- deben ser leídas al menos tres veces en la vida: cuando eres niño, cuando eres adulto y cuando eres anciano. Los nombres vienen a la memoria de manera inmediata: "Juan Salvador Gaviota", "El lobo estepario", "Oliver Twist", "En busca del tiempo perdido", "Hamlet" y algunos más.
Pero ni uno iguala, en ese contexto, a la breve novela publicada hace 75 años llamada "El Principito".
Una gran escuela
Un aviador cuenta que, cuando niño, dibujó un elefante que había sido devorado por una enorme serpiente, pero todos los adultos veían un sombrero en el boceto. Luego -lo que denota el factor biográfico de la novela- sufre un accidente en el desierto del Sahara: cae con su avión, pero sobrevive.
De un punto desconocido, aparece frente a él un pequeño niño: el Principito. Decide mostrarle el dibujo y el muchacho reconoce al instante al elefante en el estómago de la serpiente, logrando una conexión entre el Principito y el niño que el aviador fuera décadas atrás.
Así entablan una grata conversación en la que el niño comenta que ha estado en otros seis planetas, aparte de la Tierra. La trama se va desenvolviendo a medida que el muchacho describe lo que le ha sucedido en aquellos planetas y cómo sus habitantes se ven complicados por situaciones que para ellos son grandes problemas, pero que desde su perspectiva de niño solo significan situaciones muy fáciles de resolver.
Luego del relato de sus historias interplanetarias, el Principito deja que una serpiente lo muerda, pero nunca queda claro cuál es su destino final, pues el aviador se duerme y al día siguiente el cuerpo del niño ha desaparecido.
La inmortalidad de la novela sin duda radica en la forma cómo el lector redescubre la magia de la niñez. Es acá, al terminar el relato, cuando cobra más vida la sentencia de que se trata de un libro que debe ser leído en distintas etapas de la vida: ratifica a los niños que su visión del mundo es correcta; retrotrae a los adultos cientos de imágenes y vivencias de la infancia y del modo simple y alegre como veían la vida en aquellos años, ayudándolos a entender lo que a ratos de sus hijos parece incomprensible; y deleita a los más adultos, reforzando la certeza de que el camino de vida que han recorrido debe observarse bajo el balance de lo positivo que han entregado.
Cinco claves
Expertos han concluido que lo magistral de "El Principito" puede concluirse en cinco fundamentales axiomas:
-Nunca abandonar la creatividad irresponsable y desfachatada de la infancia, pues como adultos perdemos esa escasa locura que nos empujaba a imaginar sin límites.
-No tomarse los problemas de manera tan dramática y depresiva, aspirando a ser no tan serios y así valorar el verdadero significado de las cosas.
-Darte a ti mismo más tiempo para ser más feliz, lo que se logra apreciando las virtudes de cada momento que acontece.
-Tratar de abocarse a nuevos descubrimientos, tanto en nuestro exterior como en nuestro interior, escapando a veces de nuestra zona de confort para correr ciertos riesgos.
-Escoger siempre con el corazón, como muy bien lo ejemplifica el Principito en todo el relato, pues tanto de niño y como personaje, siempre realza la espontaneidad de los sentimientos.
El autor
La vida del autor de "El Principito", Antoine Marie Jean-Baptiste Roger Conde de Saint-Exupéry, está llena de tragedias. Nació en el año 1900. Siendo niño quedó huérfano de padre y, ya adolescente, fue rechazado en la Escuela Naval de su natal Francia. A los 21 años se graduó de piloto aéreo, y partió volando en Aeropostale, que luego sería Air France.
Tras volar por gran parte del mundo, en 1928 se mudó a Sudamérica. En Buenos Aires se enamoró de la millonaria Consuelo Suncín, con quien se casó poco tiempo después. En la década del '30 trabajaba paralelamente como periodista y aviador, aprovechando sus vuelos para escribir acerca de sus viajes, las nuevas tierras que visitaba y las virtudes de sus habitantes.
En 1939 publicó "Tierra de hombres", donde ya instala potentes pensamientos humanistas y sociológicos. Partió a vivir a Nueva York y trató inútilmente de ser considerado como aviador aliado en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, era tal su perseverancia que fue destinado a sobrevolar Córcega y Cerdeña, en una unidad de reconocimiento fotográfico, para documentar el avance alemán.
Era el 31 de julio de 1944. Muy temprano esa mañana despegó desde la isla francesa de Córcega. Su avión era un Lightning P-38, que jamás regresaría. Dos décadas atrás, en septiembre de 1998, un pescador encontró la placa oficial de Antoine Marie Jean-Baptiste Roger Conde de Saint-Exupéry, unos mil metros al este de la isla de Riou, a 20 kilómetros de Marsella. Su cuerpo nunca fue encontrado. Aunque han sido descubiertas algunas osamentas con ropas de la época en los alrededores, no hubo reconocimiento clínico de que alguno de ellos correspondiera al autor.