"Blade Runner 2049":la nostalgia de los replicantes
Esta semana se estrenó la continuación de la obra maestra de Ridley Scott, a cargo del canadiense Denis Villeneuve. Otra distopia cargada de oscuridad, personajes desolados y nuevas réplicas de humanos.
Para adaptar la novela "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas", de Philip K. Dick, el cineasta Ridley Scott buscó complementos en otras fuentes: tomó el nombre de un libro de William Burroughs ("Blade Runner: Una película") que, a su vez, se inspiró en "The Bladerunner", del escritor de ciencia ficción Alan Nourse. Sumó un cuadro como referente estético ("Nighthaws", de Edward Hopper), el espíritu de las novelas policiales de Raymond Chandler para crear personajes y climas (la música de Vangelis, con esos saxos dramáticos, contribuyen a la atmósfera noir) y, por supuesto, el estado de un mundo que siempre inspira distopias oscuras.
Digamos que lo que estaba haciendo en 1982 ese cineasta inglés que buscaba un lugar en Hollywood es alquimia, planear un choque múltiple de referentes para conseguir un universo propio. El resultado es una de las pocas películas de ciencia ficción que han logrado pasar la prueba del tiempo.
El desafío del director canadiense Denis Villeneuve con "Blade Runner 2049" es múltiple. Por un lado, debe estar a la altura de la precuela en términos visuales y narrativos. Lo cumple con la actualización de una California retrofuturista, opaca, caótica y lluviosa donde los carteles publicitarios de alta tecnología, la prostitución y el crimen aún definen la panorámica urbana. Un mundo desesperanzado donde los viejos replicantes siguen siendo perseguidos, mientras una nueva corporación -dirigida por un magnate excéntrico (Jared Leto)- fabrica humanoides obedientes para la esclavitud. Uno de estos modelos (Ryan Gosling) es el cazador de replicantes de turno, un policía trabajólico y solitario (su novia es un holograma generado por un dispositivo electrónico) que se enfrenta a un caso que podría entregarle claves sobre su origen. En ese proceso, se topa con el viejo Decker (Harrison Ford), quien vive aislado en un hotel casino venido a menos. El guión explotará la pregunta principal que se hacía la cinta original -¿qué hace que un ser humano sea tal?- desde una estructura de cine policial más compleja, y más proclive al giro, que la de la precuela.
Aquí surge el segundo reto/mérito de Villeneuve: su responsabilidad con los antecesores no es temerosa. "Blade Runner 2049" funciona como extensión del mundo original, pero no deja de ser una película de Villeneuve, con su habilidad sorprendente para elaborar escenas de acción y unas pausas que recuerdan a "La llegada", esa cinta de ciencia ficción en la que el canadiense reflexionó sobre el lenguaje. Si la nostalgia de la oferta de 1982 remitía a los viejos policiales, la secuela está marcada por el recuerdo de un siglo XX que parece irreal. Un escenario con hologramas de Elvis, Marilyn y Frank Sinatra están ahí para recordarnos que todo eso existió.
Pero hay un desafío que Villeneuve no pudo lograr. Una barrera inasible que con la que Ridley Scott tampoco hubiese podido lidiar: el hecho de que toda película es también su contexto, una suma de elementos planeados y accidentales que componen una realidad única e irrepetible. "Blade Runner" fue favorecida por cada una de sus decisiones (la alquimia), pero también por 1982, el VHS, el fervor de las salas, nuestra obsesión por un futuro que parecía comenzar en el 2000 y nuestra fascinación por los efectos especiales. "Blade Runner 2049" es un replicante de la apuesta original.
Ryan Gosling interpreta a uno de los humanoides.
Por Andrés Nazarala R
Stephen Vaughan/warner bros/ap