La seguridad es tarea de todos, especialmente cuando de barrios se trata. Los esfuerzos por asumir esta realidad, en la que la colaboración, el conocimiento mutuo y el hacer comunidad son vitales, puede hacer la diferencia entre abrir las puertas a los delincuentes, quienes aprovechan la sensación de aislamiento que caracteriza a muchas residencias y sus habitantes, y el construir un entorno seguro.

Ya no es ajena a la comunidad el que delincuentes apedreen casas para verificar si tienen moradores y de esa manera, poder acceder a las viviendas en condiciones más favorables para la comisión de los ilícitos. Tampoco es extraño un accionar similar, escondido en la aparentemente poco ofensiva costumbre de rayar paredes y muros. Antisociales usaron durante mucho tiempo el modus operandi de "marcar las casa", con simbologías ininteligibles, sólo identificables en sus jergas, que tendían a confundirse con el feísmo del rayado de murallas.

De esta manera, se comunicaba así el momento apropiado para ingresar una vivienda, se entregaban datos como cantidad de moradores a ciertas horas y otros datos necesarios para que la violación de la vivienda y el robo pudiera efectuarse.

Las técnicas de los delincuentes seguirán, sin duda, evolucionando. El seguimiento de viviendas, los rayados, las pedradas, las visitas aparentemente inocentes buscando detectar la presencia de sus moradores, serán operaciones que cual más cual menos, variarán hacia otras nuevas. Sin embargo, la única solución permanente es el compromiso vecinal conjunto por la seguridad, el conocer a los vecinos, el compartir información vital respecto a sus ausencias, como también la confianza para confiar medios de contactos para confirmar "presencias sospechosas".

Y más aún, la capacidad que tengan los pobladores para organizarse con la idea de denunciar y disuadir a partir de estas conductas, el accionar de los delincuentes, son una base vital para facilitar la acción policial y promover la seguridad proactiva en las villas y poblaciones de nuestra ciudad.

En muchos lugares de discusión he afirmado lo del título y muchas cifras económicas y sociales lo muestran. No es una región más del Norte de Chile, ni es minera o forestal. Es una economía de frontera, y un reciente reportaje muestra cifras sobre inmigración que señalan otras diferencias respecto del resto de Chile. En principio es la región con mayor presencia proporcional de inmigrantes (5,8% de la población), mientras Antofagasta (4,6%) y Santiago (3,5%) le siguen, pero crecen menos que en Arica. Nuestros inmigrantes son principalmente de Perú y Bolivia y en el resto de Chile hay más presencia de otras nacionalidades. En otras regiones los inmigrantes tienen más educación que los chilenos, pero en Arica es al revés. En el resto de Chile los inmigrantes son trabajadores dependientes y con contratos en más de un 80%, mientras en Arica más de un tercio son trabajadores por cuenta propia y de hecho hay más empresarios migrantes (emplean a otros trabajadores) que nacionales.

Las cifras anteriores pueden parecer obvias para un ariqueño, pero muestran que la condición de frontera no es sólo de límites geográficos (de hecho todas las regiones de Chile tienen frontera internacional). Es una frontera viva y única en Chile.

El problema es que las instituciones chilenas no reparan en este obvio hecho. Todos los servicios sociales de Arica (Salud, Municipalidades, etc.) enfrentan problemas financieros y legales para atender una población que es invisible para las normas chilenas. Las normas aduaneras, tributarias, del trabajo, de supervisión bancaria, de servicios profesionales, transporte y muchas otras, exhiben ingeniosos parches para administrar situaciones que simplemente no son consideradas por las normas generales.

Encontrar soluciones urgentes es sólo la mitad del problema, la otra mitad es cómo proyectar el futuro cuando se es una región tan diferente del resto del país y nuestras autoridades nacionales no parecen darse cuenta.