Uno de los últimos afiladores de cuchillos cuenta sus filosos secretos
¿Qué cuchillo es mejor para la carne o para el pan? Con 25 años de experiencia, Carlos Casas nos da los datos fijos para tener el indicado en el hogar. Además, nos cuenta que, aunque tiene 200 cuchillos en la casa, no tiene afilado ninguno.
Al último afilador de cuchillos de Antofagasta lo retaron en la casa el otro día. Estaba jugando Chile uno de sus últimos partidos de la Copa América, cuando Carlos Casas (44) armó un asadito con su señora. Iban a tirar la carne a la parrilla cuando su esposa fue a cortar la posta para asarla en filetes. Y de los más de 200 cuchillos que el hombre ha recolectado en todas estas décadas, ninguno estaba afilado. "Ninguno afilado, legal, ni uno", dice el Carlitos, como lo conocen sus clientes.
Carlitos sopla una mitad de flauta dulce -de esas que se usaban en el colegio para las clases de música- con un sonido particular que todos reconocen cuando pasa por las calles, que recorre con su jockey rojo, caminando a paso lento con una máquina hecha artesanalmente a punta de un aro de bici, pedal y una piedra fina, que es la que hace la magia final en su cuchillo.
- Me ha ido bien gracias a Dios- dice el rey del cuchillo después de haber preguntado en un restaurant si alguien necesitaba afilar por ahí- El año pasado salí en el diario, en julio, me dicen que soy famoso y toas las manos, en la Vega, en la Caleta, todos me llaman por mi nombre. Me dicen "¡Hola Carlitos!".
Aunque el negocio ya está prácticamente desaparecido -porque según Carlos solo hay uno más como él, pero con una máquina eléctrica-, trabajar afilando cuchillos parece ser un buen ingreso de plata. Al día se puede hacer 25 lucas, y si es feriado, mucho mejor. La gente está en la casa y cuando aparece el sonido melodioso de su flauta, las señoras salen a la calle a pasar su cuchillo por la piedra semilisa, quedando listo para desafiar al más duro trozo de posta paleta.
Si bien cada quince días pasa por un punto específico, tiene varias "picadas" donde la necesidad de afilar cuchillos está siempre. En el Mercado, por ejemplo, en la Feria Prat, en la Juan Pablo II. La Feria de las Pulgas igual es un lugar donde usualmente va el Carlitos, pero no le va tan bien como en el centro, donde a veces los clientes salen con una decena de cuchillos, listos para pasar por la piedra.
Rey cuchillo iii
Ser el último de una especie es una responsabilidad tremenda. La máquina que lleva el Carlitos tiene tres generaciones, propiedad original del papá de su tío. ("Tiene más años que el Rey Perico, si conmigo tiene como treinta años", dice) Desde entonces, la tradición no se ha perdido y es él quien sale de lunes a lunes a la calle a hacer el sueldo del día.
Según él, tiene que haber empezado en esto a principios de los años noventa, cuando seguía las carreteras de Chile con su tío y la artesanal máquina afiladora que hoy es su sustento principal. Su vida, en el fondo.
- Yo aprendí cuando tenía quince años, lo acompañé a Arica, Iquique... di la hora.
Al entonces futuro rey de los cuchillos lo tiraron a los leones, altiro. Le pasaron unas tijeras medias chuecas, les dio un golpecito para enderezarlas y pum, quebradas altiro. De ahí siguió quebrando un par de tijeras hasta que terminó por domar la máquina y, con ella, el oficio.
Al final, con la experiencia de los años, el Carlitos cuenta que hay algunas tijeras que no se pueden golpear. Muchas se trabajan con extremo cuidado para que queden perfectas. Y, en tantos años de trabajo, también ha visto pasar sables y tijeras para zurdos por su máquina. Y ésas tienen un cuidado especial.
- Usted que sabe mucho de cuchillos, ¿cual es el mejor de todos?
- El Tramontina, el de acero español. O los Chalimet, que son alemanes. Esos son buenos poh.
- ¿Y los malos?
- Los cuchillos chantas son los que hacen acá en Chile. Esos igual los afilo, pero duran súper poco.
"La Estrella" le pide al Carlitos, en la buena onda, si puede afilar un cuchillo para tomar unas fotos con la cámara. El hombre saca uno de mantequilla y empieza a darle firme al pedal de la máquina. ¡Fffffffffffff!, chilla la piedra redonda , a medida que va girando a toda la velocidad posible que da el impulso del pedal empujado por el último afilador de cuchillos de la ciudad. "Ésta la tengo que cambiar para septiembre, duran seis meses más o menos", dice el Carlitos, apuntando la piedra, que después se va poniendo cuadrada con el desgaste del uso.
El hombre de los cuchillos dice que se va a morir manteniéndose en este trabajo. Ya ha recorrido desde Arica hasta Buin con su máquina artesanal afiladora, y cada año viaja hasta Coquimbo para trabajar en La Pampilla, otra buena oportunidad para el negocio afilando cuchillos. Imagínelo. ¿Cuantos asados se harán allá, en los cerros? ¿Cuantos trozos de lomos vetados sin poder cortarse, tan lejos de la ciudad?
- Yo viajo para allá porque la yerna de mi señora vive allá. Yo me bajo en Serena y hasta allá voy con mi señora pu, me cobran tres lucas en el bus por el equipaje- explica el Carlitos.
La caminata se detiene en la esquina de Copiapó con Ossa. El hombre saca su silbato y lo toca, señal que debemos dejarlo para que trabaje tranquilo. "Esto viene de España hermano, de Cataluña. De ahí viene esta tradición, de ahí salió el primer afilador hermano, cualquier año, como mil ochocientos y tanto. Allá empezó todo".
Si allá empezó todo, como dice, está en manos del Carlitos que ese no termine acá, tan lejos de la España que vio nacer este oficio que se fue extinguiendo imperceptiblemente, así como los tranvías o el súper nintendo.
Él garantiza que no. Lo puede comprobar mañana, pasado o en quince días más, si escucha el dulce sonido de la flauta sonando afuera en la calle.