El"Siete Vidas": el motorista que ha librado varias veces de la muerte
"Highlander", el "Gato" o el "Siete Vidas" ha superado accidentes, balaceras y condiciones climáticas adversas. Patrullando en solitario ha tenido que arreglárselas contra caídas en la carretera, lluvias altiplánicas y, por sobre todo, a la altura del altiplano.
Desde sus inicios, en la escuela policial de la comuna de Cerrillos, en Santiago, a Moisés Hernández le ha apasionado el servicio, el ayudar y el motociclismo; el hoy sargento segundo de la primera comisaría de Carabineros de Chile, apodado el "Siete vidas", ha vivido en Arica las más difíciles experiencias como carabinero, al mezclar su osada personalidad con el motociclismo para llegar a las más remotas zonas de la frontera.
El paso del sargento Hernández por Carabineros es una historia de viajes y sacrificio. Desde Santiago, llegó por traslado desde la Escuela de Suboficiales a la segunda comisaría de Putre en 2012, estableciéndose en el retén Chapiquiña, muy cerca de la frontera con Bolivia, en la región de Arica y Parinacota.
Allí, estando a dos horas de Arica, el paisaje altiplánico, la altura y el clima son bastantes mas difíciles que en cualquier lugar urbano. Hernández relató los comienzos de ser un carabinero en la frontera: "en principio trabajé bajo el mando del suboficial Mayor José Pérez Leal, donde el retén comprendía un vehículo policial y una moto; el único motorista era yo. Empecé a recorrer los sectores más apartados del retén, haciendo integración con pueblos muy alejados como Ticnamar o Timalchaca, que son pueblos que están a una hora y media o dos horas hacia Bolivia, donde viven dos o tres familias, que contempla la raza aymara; tomaba dos botellas de bencina y me dirigía a recorrer los lugares más apartados, con una altura cercana a los cinco mil metros, solo con mi moto".
Por la naturaleza de Moisés, el clima y la altura no eran obstáculo para recorrer con su motocicleta las largas distancias de la región; "no le temía a que la moto se quedara en pana o me pasara algo, yo lo hacía por integrar a Carabineros con la comunidad aymara que se encontraba alejada y que no era visitada por entidades públicas; muchas veces me nevó, me llovió, muchas veces llegué al retén con granizo, nieve, pero la moto siempre me respondió" , aclara Hernández, quien sin tener la obligación de llegar tan lejos en sus patrullajes, siempre deseó explorar las zonas más alejadas, pese a que ello le significaba un riesgo para su salud.
La rutina en Chapiquiña era patrullar, hacer frontera, verificar que no hubiera contrabando de vehículos, de especies como cigarro, que no mantenían un impuesto legal. Al hacer integración con la comunidad en lugares como el altiplano, las distancias y el tiempo pueden ser extensos; en rutas difíciles incluso para una motocicleta diseñada para la montaña. "Yo partía a las 9 de la mañana a los sectores más alejados y llegaba a las cinco o seis de la tarde" indica.
Sobreviviendo por ayudar
Sus muchos apodos no son al azar; "Highlander", el Gato o el Siete Vidas ha superado accidentes, balaceras y condiciones climáticas adversas. Patrullando en solitario ha tenido que arreglárselas contra caídas en la carretera, lluvias altiplánicas y por sobre todo a la altura; "he sufrido accidentes, por lo mismo me han dicho que he vivido experiencias de vida; me enfermé, tuve un accidente vascular por llegar a cinco mil metros de altura; mi cuerpo no resistió por lo que estuve en la UTI, en la clínica, estuve a punto de morir, pero compartí mucho con la gente aymara, ellos se asombraban de ver un motorista de Carabineros, porque era muy raro ver a uno donde yo andaba. Llegué a un pueblo que se llamaba Timalchaca, ubicado a 4800 metros de altura, donde vivía una sola familia, en un pueblo de 15 o 20 casas donde la mayoría había emigrado a trabajar a Arica; ellos vivían del ganado, de lo que es la vicuña, la llama y la alpaca; se sentían bien que alguien los visitara" expresa el sargento segundo.
Ahora desempeñándose en Arica, el motorista de las siete vidas aseguró haber cumplido una etapa en la frontera, donde ha sido reconocido por ayudar a las comunidades en los peores momentos pese a haber arriesgado la vida en el proceso; "estar solo me sirvió a mi como carabinero el comprender que yo me debo a la comunidad, porque ellos necesitan de alguien para que sientan el apoyo, entonces no me daba miedo de ir tan lejos solo; es vivir entregado a la institución en que trabajo; estuve cinco días en la UTI, por querer llegar donde no todos llegaban".
Ahora Moisés Hernández está feliz con su familia, sin abandonar a su fiel moto que lo ha acompañado hasta lo más lejano.