Mirando el historial de Juan Antonio Pizzi como DT, son pocas las veces que se ha "desordenado". Siempre es más bien cauto y sus equipos lo evidencian en la cancha. Pero una vez cuando dirigía en Chile se "despeinó". Fue en los cuartos de final del Clausura 2009 y cuando dirigía a Santiago Morning en el duelo de vuelta ante Audax Italiano en La Florida. "¿Por qué no me hacen entrar?", decía Víctor Loyola, entonces portero suplente del "Chago", a Maurico Pozo, ayudante del DT Juan Antonio Pizzi, a diez minutos del final del partido. "¿¡Qué quieres que haga!?", replicó Pozo, según comenta El Mercurio. El conjunto microbusero perdía ante los locales por 2 a 0 y la angustia era total. La ventaja de los bohemios en la ida (4-2) no alcanzaba para pasar a la siguiente ronda, y Loyola, como todo el equipo, veía esfumar el paso a semifinales. "Yo estaba en la banca y me sentía impotente. Quería entrar sí o sí. De repente Pozo se paró y fue donde el técnico. Y entonces escuché a Pizzi que decía '¡Ya, ya, que entre!'". Corría el minuto 83. La apuesta de "Macanudo" fue poner a Loyola como centrodelantero. Tal cual. "Como fue una movida improvisada, no había una camiseta de jugador de cancha para mí. Yo estaba inscrito con el número 1, tomaron la 12 y le parcharon el 2, jaja", detalla el ex guardameta. "Estaba tan seguro que anotaría que le dije a un periodista al paso: 'Tranquilo, que viene mi gol'", afirma. Pero en los diez minutos que estuvo en cancha el improvisado centrodelantero pasó más de un infortunio y llamado de atención. "Sin querer me fui a jugar a la esquina y Pizzi me pegó un tremendo reto. Estaba enfurecido y me fui calladito al área". Así, hasta los 91 minutos, Loyola chocó con el ex Audax Cristián Martínez y se le dislocó el hombro. "Me lo volví a poner en su lugar, solito no más.¡Tenía un dolor! Pero me fui a buscar el gol". Dos minutos más tarde, la profecía se cumplió. Centro de Michael Ríos y el 'delantero' Loyola anotó de cabeza a Johnny Herrera, dándole la clasificación al Morning. "Fue una alegría tan grande. Cuando llegamos el camarín, Pizzi estaba eufórico, golpeando la puerta con las manos y cantándome 'Olé, olé".