Despertar de conciencia
Debo haber estado cerca de los cinco o seis años. Vivíamos en Central, debido al trabajo de mi padre. Un pueblito ubicado en el trazado ferroviario Arica-La Paz. Lugar pintoresco y hasta paradisíaco, si se quiere. Durante nuestras escasas visitas a la ciudad alojábamos en la casa de mi abuela paterna, ubicada en uno de los tramos más empinados de la calle Colón. Una edificación en adobe de antigua data. Un conventillo, la verdad. Techos altos con ampolletas amarilleando, por el excremento de moscas y otros insectos. Allí, distribuida en varias habitaciones, vivía la familia de mi progenitor.
Jugaba bajo una mesa con uno de mis primos, cuando sucedió. Algo como lo que se experimenta al nadar. Cuando ingresa agua a los oídos y luego, espontáneamente, se destapan. La sensación fue más allá de los órganos de escucha. El leve siseo iba acompañado de una inusitada percepción visual. Fue como ver todo por primera vez. Parecía que hasta ese minuto había estado en una burbuja y recién ahora se rompía. Fue un instante prodigioso. Más tarde se fueron asociando los restantes sentidos. Tuve súbita conciencia, de que me hallaba jugando bajo una mesa. En la radio anunciaban la intervención de alguien que presentaron como Eduardo Frei Montalva. Claramente un personaje y un discurso sin sentido, para mí. Fue como si el más poderoso de los chamanes me hubiese materializado de pronto bajo ese mueble.
Años después, a través del artículo de una revista especializada, supe que había sido mi "Despertar de Conciencia", una inescrutable etapa de la vida infantil, en que sólo se es, sin una cabal comprensión del porqué. Pero en algún momento se activa nuestra capacidad de discernimiento, marcando el periodo en que empezamos a entender el universo.
A todos nos sucede, pero sólo algunos recuerdan o identifican ese trascendental instante. Yo tuve esa suerte. Y no obstante que -luego de sucedido- seguí con mis juegos de niño, mi vida y mi mundo jamás volvieron a ser los mismos.