El Machaq Mara se vivió con el sol y la tierra
Son las 5 y cuarto de la mañana del sábado 21 de junio, a los pies del Cerro Sombrero. El sol aún no despierta entre los cerros, pero el camino está marcado por velas protegidas en botellas de plástico.
Comienzan a llegar los invitados, quienes participarán de la ceremonia que dará la bienvenida al año 5522 en la cultura aymara.
Un grupo de mujeres comienza el ascenso emocionadas, pero son detenidas por uno de los organizadores. El Machaq Mara es también una fiesta de cooperación y eso significa que cada una debe cargar leña hasta llegar al mirador. La toman de buena gana, hasta que a mitad de camino se les entrega también una botella de bebida. Todos tienen que ayudar.
La subida al cerro es lenta y cansadora. Todos se saludan al llegar, muchos casi sin aliento. La madrugada avanza y ya son unas 200 las personas que se encuentran en la cima. La fogata ya está encendida y es alimentada por todos.
De pronto, una agitación en el ambiente hace que, sin una orden concreta, se forme un círculo alredor del fuego. Los organizadores insisten a los asistentes en dejar una puerta para que el Tata Inti no se pierda la ceremonia.
Poco a poco, sobre los coloridos aguayos, se van armando las 'mesas'. Cada persona pone sus ofrendas para la Pachamama. Serpentinas, dulces, casas en miniatura, alcohol y hojas de coca son algunos de los regalos para la tierra.
Se anuncia que la ceremonia será presidida por el yatiri Pedro Carrasco. Los pasantes, José Olmos y Doris Aguilera, son presentados. El grito de ¡Jallalla! se repite varias veces y parece tener el mágico efecto de lograr una respuesta inmediata en los asistentes.
La palabra habla de gratitud, de hermandad, de bienvenida y buenos deseos. ¡Buena Hora! es otra de las exclamaciones frecuentes durante la ceremonia. Quien las diga, recibe un coro de voces que contesta lo mismo.
El sol aún no ha salido, pero ya es momento de las plegarias a la Pachamama y el Tata Inti. La madre tierra y el buen sol son amorosos con el pueblo aymara, sus hijos ancestrales.
El aroma del incienso inunda el ambiente. siguiendo la costumbre andina, las parejas se van formando para dar paso a la entrega de ofrendas. Luego de una pequeña plegaria y un agradecimiento, las mesas son arrojadas al fuego.
El humo sube y las cenizas revolotean en el aire juguetonas. El sol y la tierra reciben las ofrendas con paciencia. Son más de 30 las parejas que se acercan a la fogata a hacer sus plegarias.
Como despertado por la ceremonia, la luz del sol ilumina el cerro. Se esconde tras las nubes, pero su presencia es innegable, pues la noche quedó atrás.
En eso, todos los hermanos que portan una chuspa, pequeño morral multicolor, son invitados a formar un círculo.
En un ambiente festivo, se reparten hojas de coca. '¡No se entretengan con las chuspas!' dice una voz, desatando risas.
Pero tal como se predijo, la emoción de algunos participantes hace que las chuspas, que deben pasar rápidamente de mano en mano hasta regresar a sus dueños, se tarden en dar la vuelta al círculo.
En la fogata, en tanto, siguen las ofrendas. Cada cierto tiempo, los murmullos silenciosos se convierten en un ¡Jallalla!, que parace brotar del cerro mismo.
Una vez que cada uno recibe su chuspa devuelta, estas son alzadas hacia el cielo. Las expresiones de júbilo no se hacen esperar, pero aún queda un momento solemne, pues, de rodillas, cada hermano realiza una plegaria en silencio.
Se da por iniciado el año 5522 de la era aymara. Comenzan los abrazos, saludos y buenos deseos. Se reparten sopaipillas, pan, picante y otras comidas entre los invitados. No faltan las bebidas para quienes tengan sed. La Pachamama, por supuesto, recibe su parte.
La mañana avanza, pero la fiesta recién comienza. Unos pocos ya emprendieron el regreso a casa. Las velas del cerro ya se apagaron, pero el Tata Inti ilumina todo, aún cuando está escondido tras las nubes. J