El amigo más fiel de la cancha del Carlos Dittborn
Es el mediodía de un lunes y la única persona que se encuentra en la cancha uno del estadio Carlos Dittborn es Ernesto Ramón Guerra Ibacache, el encargado de cuidar el gramado del principal recinto deportivo de la ciudad de Arica.
Acompañado sólo por el intenso sol de la jornada, el "Tata" como es conocido por los trabajadores del mundialista se acerca a observar el estado del césped luego del entrenamiento matutino de San Marcos. A un ritmo pausado pero meticuloso, el hombre se acerca a los regadores del terreno de juego y uno a uno los acomoda para que ningún centímetro de tierra quede sin mojar.
Con paciencia budista, Ernesto, de 65 años, se pasea de un lado al otro por el costado de la cancha hasta que se cumpla una hora desde el inicio del regadío del extremo norte del terreno, sesenta minutos que llevan al anciano a cerrar dicha llave y abrir la siguiente. Así pasan ocho horas de jornada laboral en la que el "Tata" sólo se concentra en el verde pasto.
Nacido en Tambo, Cuarta Región del país, Ernesto siempre estuvo ligado a la agricultura.
En su hogar crecían hortalizas por doquier, algo para lo cual el cuidado de la tierra era fundamental.
"Aquí tenemos que echar tierra salada; no existe la tierra de hojas. Por esto debemos estar constantemente alimentando el pasto para que crezca sano y fuerte", nos relata el "Tata".
El hombre, quien llegó a nuestra ciudad en 1984, decidió dejar su tierra natal poco después del fallecimiento de su madre.
Una complicada depresión lo tuvo al borde de la muerte, bajando considerablemente de peso hasta los huesos mismos. Es ahí donde entra en acción su hermano, quien ya vivía en la puerta norte del país.
"De pena me vine. Tenía 35 años cuando mi mamá murió. Yo era gordito, pesaba setenta kilos y quedé pesando treinta. Si me quedaba allá estaría comiendo gusanos", nos confiesa el hombre.
Estuvo ocho meses trabajando en la ciudad hasta que decidió cambiar de rubro. Ernesto controlaba el agua que bajaba por los canales que riegan todo Azapa, profesión que lo llevó a vivir dieciséis años en el kilómetro sesenta del valle.
Acompañado de la soledad, Ernesto se acostumbró a escuchar sólo el ruido del viento.
"Con una radio me entretenía. Claro que sólo llegaban señales bolivianas y peruanas ya que las chilenas sólo llegan hasta el kilómetros 24. Ni la televisión llegaba así que imagínese", expresa el cuidador.
En todo este tiempo Ernesto hizo el dinero necesario para comprarse una casa en la ciudad, a la que bajaba una vez por semana. Sin embargo, al principio la incomodidad se apoderó de él. Nos confiesa que al acostumbrarse a la soledad, el constante transitar de personas por las calles lo ponían nervioso, algo que tuvo que remediar con el paso de los años.
Poco más de cuatro años lleva Guerra a cargo del cuidado del gramado del Carlos Dittborn. Su llegada al mundialista se debió al inicio de las obras de remodelación del coliseo deportivo.
Luego de pasar por agricultor, vendedor de cabras, atender un puesto de verduras en el agro y hasta afilador de cuchillos, Ernesto llega al coliseo de fútbol para no moverse hasta la fecha.
Y claro, sus conocimientos de campo le sirvieron en el tratado del malgastado césped, aunque debió acostumbrarse a los actualizados métodos de regadío.
"Costaba al principio. Me preguntaron un día si sabía manejar vehículos y les dije que sí. Me tiraron a cortador de pasto. Al principio iba de un lado para el otro, pero agarrando el ritmo ya lo demás se da solo", nos cuenta el hombre.
Comenzamos a hablar sobre las necesidades del gramado del Dittborn, tanto la cancha uno como la tres.
La cátedra de Ernesto comienza con la alimentación del pasto, algo que se da cada tres meses.
"El alimento me dura para tres meses. Le echamos triple súper sulfato y urea. La urea es para el levante y el súper sulfato sirve para el cuerpo. También debemos fumigarla, el lunes teníamos que hacerlo, pero tuvimos un problema con la polea de la máquina, así que en estos días lo hacemos. Fumigamos dos o tres veces al año dependiendo de la cantidad de bichitos que aparezcan".
- Tenemos que hacerlo todos los días. Ahora nos demoramos una hora por sector. Hay cinco surtidores por línea y hay en total siete líneas en la cancha. Cada línea debe estar una hora porque ahora el pasto está fornido. Y hay que tener mucho ojo con el viento porque nos pueden quedar espacios secos.
Don Ernesto practica un ritual cada vez que comienza su turno. Revisa cada sector de la cancha, ya sea de día o de noche, para en algún lugar y recoge un poco de tierra para ver su humedad. Eso le indica cuánta agua necesita la cancha.
El veterano cuidador prefiere regar de noche ya que el agua no se evapora como en el día y es mejor absorbida por el césped. Claro que este trabajo lo lleva a quedarse en la cancha hasta pasadas las cuatro de la mañana, un tremendo esfuerzo que a este hombre no le resulta problemas.
Muy común es escuchar al hincha y al cuadro de San Marcos criticar el estado de las canchas, algo a lo que don Ernesto presenta una dura defensa.
Como todo ser vivo, nos explica el cuidador, el pasto requiere descanso, algo que no se le da por los constantes entrenamientos del Bravo.
"Si hicieran una pichanga está bien, pero hacen un entrenamiento con saltos y giros que van dañando el pasto y lo colocan amarillo. Siempre después de una práctica reviso cómo quedó. Ya hemos parchado el área del arco tres veces porque queda todo molido", nos cuenta el hombre. J