Los sepultureros del cementerio de San Miguel de Azapa dicen que no le temen a la muerte
F rancisco Flores (51) llegó al cementerio de San Miguel de Azapa con la intención de quedarse sólo 3 meses. De esa época han pasado 9 años y Francisco sigue cuidando el camposanto más antiguo del país, que incluso dicen, posee más de mil años de existencia, ya que surgió como un cementerio indígena.
La historia de este panteonero comenzó de forma sorpresiva cuando necesitaba trabajar de forma urgente. Su pasado laboral había estado ligado a las minas del Salar de Surire y a la mina de oro de Choquelimpie. Como es azapeño siempre soñó con tener un trabajo en la tranquilidad del valle y cerca de su familia. Le contaron que en el cementerio necesitaban gente y pensó que podía ser un buen trabajo por 3 meses.
"Pasó el tiempo y me quedé. Al principio me daba mucho miedo especialmente en la noche, sentía ruidos y cuando dormía sufría de pesadillas, pero después se me quitó. Una vez pensé que uno no tenía por qué temer a los muertos sino a los vivos. Ellos están descansando y más allá del susto no va a pasar nada más", asegura Flores.
Francisco cree en la vida más allá y entre los muchos episodios paranormales que ha vivido en el cementerio asegura que uno de los más terroríficos fue cuando una noche (aproximadamente a las 21 horas) vio a una mujer antigua con falda y largas trenzas que pasó por su lado con un sombrero. La saludó, pero ella no se dio vuelta ni siquiera para mirarlo, él le preguntó que por qué no saludaba y que adonde iba, sin recibir respuesta.
La siguió hasta donde pudo y la misteriosa mujer se perdió hasta desaparecer en el camposanto azapeño.
Fue una de las primeras experiencias que no tuvieron explicación para Francisco. En otra oportunidad arreglaba la tumba de un bebé que había fallecido y que tenía sus juguetes desordenados. Su sorpresa fue mayor cuando de pronto comienza a escuchar el llanto de un bebé por largo rato. Miró para todos lados y no había nadie. Comenzó a rezar y a pedir que el bebé parara de llorar y de a poco los llantos se fueron apaciguando.
Otro de los episodios que recuerda es cuando una noche que estaba de turno se cortó la luz y comenzaron los perros a aullar.
Sintió unos gritos afuera y había mucho viento. La Chancha y el Zorro (los canes regalones de esa época) ladraban sin parar.
"Me hice el valiente y empecé a rezar. Cuando de pronto veo que ingresan 5 personas con unas gallinas muertas. Los eché de inmediato. Nunca falta la gente que utiliza el cementerio para hacer magia negra y esas cosas. Matan a los gatos también. Cuando éste es un lugar de descanso. No falta quienes no respetan eso", comenta el sepulturero.
Dice que es común encontrar fotos de personas, muñecos con alfileres y también cartas y petitorios en la tumba del "Juanito", un personaje a quien le atribuyen propiedades milagrosas.
Lo más fuerte para él ha sido una fotografía de un hombre enterrada con una cinta roja y con la palabra "jódete" escrita. Dice que estos actos muchas veces se hacen por despecho de amor y él cuando encuentra estos objetos los tira a la basura o simplemente los quema para que no ensucien la imagen del cementerio.
Ahora que se viene la fecha más importante del cementerio, Francisco dice que en San Miguel se vive una gran fiesta. Con bandas de bronce, comida y flores por doquier.
"Este es un cementerio de tradición aymara y esa cultura respeta mucho a los muertos. Vienen acá con las bandas, comen la comida que le gustaba al finadito y les dejan grandes arreglos florales. Lo malo es que durante el año no viene mucha gente para acá y hay muchas tumbas que incluso están abandonadas en el olvido".
Lo más triste dice que es cuando fallecen los niños o también las madres. El dolor por la partida de estas personas se siente en el cementerio de San Miguel y cala hondo en el corazón de quienes trabajan ahí.
Por eso mismo los panteoneros de Azapa aseguran que no le temen a la muerte, ya que el miedo no sirve de nada y los muertos no pueden hacer daño.
Son 6 los panteoneros del cementerio de San Miguel: Francisco Flores, Juan Cortés, Germain Guajardo, Hans Lobos, David Lobos y Francisco Suárez.
Además hay dos auxiliares de aseo, Gina Ríos y María Medina, quienes se encargan de tener en buenas condiciones el cementerio de San Miguel.
"Esto hay que verlo como un trabajo como cualquier otro. Cuando fallezca me gustaría quedarme aquí porque es un lugar tranquilo y que tiene mucha tradición. Voy a dejar un papelito anotado para que me cumplan ese deseo", señaló Flores.
Entre los cambios que le haría al camposanto sería instalar más iluminación para tener una mejor vista en la noche, más espacios de sombra para que el sol no le pegue tan fuerte a los visitantes y tener más lugares para refrescarse.
Francisco Flores dice que sus abuelos eran aymaras y que respeta mucho esta cultura ya que "quieren mucho a los finaditos". Una de las tradiciones que más admira y recuerda es que antiguamente se sepultaba a las personas con sus mascotas como un símbolo de compañerismo y amor verdadero. "Se sacrificaba a los animales para que acompañaran eternamente a su amo", finaliza. J